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El Juez Y Las Brujas
Guido Pagliarino
Guido Pagliarino
El juez y las brujas (Una investigaciГѓВіn del siglo XVI)
Novela histГѓВіrica
TraducciГѓВіn del italiano al espaГѓВ±ol de Mariano Bas
Copyright de la obra inГѓВ©dita 1991-2001 Guido Pagliarino
Primera ediciГѓВіn, copyright 01/01/2002-31/10/2006 (bajo el tГѓВtulo «UnГўВЂВ™indagine del ГўВЂВ?500», ISBN: 88 - 87926 - 89 - 1) Prospettiva editrice sas
Segunda ediciГѓВіn, copyright 01/11/2006-30/11/2011 (bajo el tГѓВtulo «Il giudice e le streghe», ISBN 10: 88 - 7418 - 359 - 3, ISBN 13: 978 - 88 - 7418 - 359 - 3) Prospettiva editrice sas
Desde el 01/12/2011 los derechos volvieron al autor Guido Pagliarino
ГѓВЌndice
PrГѓВіlogo del autor a las dos primeras ediciones (#ulink_23647b8f-24ec-579d-8a47-464c5a033848)
Guido Pagliarino, El juez y las brujas (Una investigaciГѓВіn del siglo XVI), novel (#ulink_039cfafd-74a9-5406-a5bf-5e00dfb6c243)a hist (#ulink_039cfafd-74a9-5406-a5bf-5e00dfb6c243)ГѓВіric (#ulink_039cfafd-74a9-5406-a5bf-5e00dfb6c243)a (#ulink_039cfafd-74a9-5406-a5bf-5e00dfb6c243)
EpГѓВlogo del autor a la tercera ediciГѓВіn (#litres_trial_promo)
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PrГѓВіlogo del autor a las dos primeras ediciones (#ulink_0f23b2d9-90e7-5861-a0d7-b948a9194e4c)
Esta es una novela ambientada en una época de histerias religiosas, de caza de brujas y de la mujer considerada como una cosa, a pesar del ostensible precepto cristiano de amar al prójimo y la afirmación neotestamentaria de que «no hay más hombre ni mujer, sino que todos somos iguales ante Cristo».
Aunque se trata de una obra de narrativa, he tratado de imaginarla con la mentalidad del siglo XVI. Como saben los historiadores, al mirar al pasado hace falta eliminar, en la mayor medida posible, la sensibilidad contemporГѓВЎnea, ya que, de otro modo, nos arriesgamos a hacer juicios ahistГѓВіricos. Por ejemplo, hoy la pena capital se juzga normalmente como algo atroz, pero en el siglo XVI se consideraba el castigo lГѓВіgico y se pensaba que el asesino arrepentido expiaba con la muerte todos sus pecados, ascendiendo asГѓВ al ParaГѓВso. Como veremos, ya habГѓВa en cambio quien luchaba contra la tortura, mucho antes que Beccaria.
En la narraciГѓВіn intervienen personajes de ficciГѓВіn y otros que vivieron realmente. El propio protagonista es una figura histГѓВіrica, cuyo nombre persiste por su tratado contra la brujerГѓВa. Se sabe que era abogado. No consta que fuera juez pontificio como yo lo he imaginado. Lo he retratado como un hombre incapaz de reГѓВrse de sГѓВ mismo. He tratado de introducir ironГѓВa y humor (negro) involuntario en algunas de sus actitudes y sus descripciones y consideraciones. El abogado Ponzinibio y el terrible dominico Spina tambiГѓВ©n existieron realmente, ademГѓВЎs de, naturalmente, los grandes personajes histГѓВіricos a los que nos referimos en la obra. TambiГѓВ©n existiГѓВі el endemoniado Balestrini, pero residГѓВa en el Piamonte y no en el Lacio: un caso que se podrГѓВa calificar de mitomanГѓВa y esquizofrenia con instintos suicidas. El joven obispo Micheli es por el contrario un personaje de ficciГѓВіn, aunque es una imagen de algunos altos prelados que fueron acusados de herejГѓВa porque practicaban la caridad evangГѓВ©lica, los cardenales Pole, Sadoleto y Morone. He mantenido a este ГѓВєltimo en el fondo, acechante.
La idea de la novela se me ocurriГѓВі despuГѓВ©s de una investigaciГѓВіn sobre la caza de brujas que trataba de entender al menos las razones histГѓВіrico-sociales de tal barbaridad en el culmen de la ГѓВ©poca del Renacimiento. Lo que conseguГѓВ averiguar estГѓВЎ sintetizado en las consideraciones del abogado Ponzinibio, el obispo Micheli y el caballero Rinaldi y, en cierto momento de la obra, del protagonista.
En el siglo XVI persistГѓВa la forma alocutiva vos, pero ya junto al usted que lo estaba sustituyendo: he preferido esta por ser natural tanto para mГѓВ como para la mayorГѓВa de los lectores, dado que el vos solo pervive en algunas zonas meridionales de Italia. He tratado, a veces pretendiendo hacer sonreГѓВr, de usar un lenguaje que, aunque siga las normas generales modernas, recordase en general el del siglo XVI.
Guido Pagliarino
Guido Pagliarino (#ulink_0f23b2d9-90e7-5861-a0d7-b948a9194e4c)
El juez y las brujas (#ulink_0f23b2d9-90e7-5861-a0d7-b948a9194e4c) ( (#ulink_0f23b2d9-90e7-5861-a0d7-b948a9194e4c)Una investigaciГѓВіn del siglo XV (#ulink_0f23b2d9-90e7-5861-a0d7-b948a9194e4c)I) (#ulink_0f23b2d9-90e7-5861-a0d7-b948a9194e4c)
Novela (#ulink_0f23b2d9-90e7-5861-a0d7-b948a9194e4c)hist (#ulink_0f23b2d9-90e7-5861-a0d7-b948a9194e4c)ГѓВіrica (#ulink_0f23b2d9-90e7-5861-a0d7-b948a9194e4c)
CapГѓВtulo I
En el aГѓВ±o del SeГѓВ±or de 1517, siendo un joven de veintisГѓВ©is aГѓВ±os, yo, Paolo Grillandi, jurisperito, fui nombrado juez adlГѓВЎtere en el Tribunal de Roma, donde comencГѓВ© a aprender del juez general, Astolfo Rinaldi, la prГѓВЎctica de los procedimientos contra todo tipo de criminales y principalmente contra las servidoras del mal llamadas brujas.
Mucho antes de mi ingreso en la magistratura, desde que Inocencio VIII promulgГѓВі en 1484 la bula Summis Desiderantes, que sancionaba oficialmente la guerra a los malignos y malignas y precisaba los criterios para distinguirlos, se habГѓВan celebrado innumerables procesos por brujerГѓВa, muchos mГѓВЎs que antes. Su Santidad habГѓВa entendido que habГѓВa aumentado en mucho el nГѓВєmero de personas, hombres y sobre todo mujeres, dedicados a prГѓВЎcticas de hechicerГѓВa y por ello habГѓВa declarado «absolutamente necesario no tener piedad ni ser indulgentes contra ellas». El resultado habГѓВa sido feliz, con grandes condenas a endemoniados, convertidos en inofensivos mediante la prisiГѓВіn o la hoguera.
Una ayuda insustituible habГѓВa sido, y seguГѓВa siendo para nosotros, el Martillo de las brujas, que los doctos dominicos Sprenger y Kramer habГѓВan escrito en 1486 por encargo de Inocencio VIII, donde estaba previsto cada caso y se daban las instrucciones para el descubrimiento y castigo de los malignos. Por desgracia, a pesar del ГѓВ©xito, el diablo estaba mГѓВЎs empeГѓВ±ado que nunca y habГѓВa suscitado un nГѓВєmero cada vez mГѓВЎs grande de brujas y brujos: parecГѓВan aumentar tanto mГѓВЎs cuanto mГѓВЎs numerosamente se los procesaba. Eso creГѓВa yo al menos. En realidad, la mayorГѓВa de los investigados confesaba sin necesidad de tortura e incluso una imputada, esa Elvira que nunca podrГѓВ© olvidar, habГѓВa cedido delante de mГѓВ sin haber recibido siquiera una amenaza. HabГѓВa sido confinada tras la habitual solicitud formal de gracia. SabГѓВamos que no habГѓВa que tenerla en cuenta porque, de otro modo, nosotros mismos habrГѓВamos sido sometidos a juicio: se trataba por tanto de elegir la pena, una vez obtenida la confesiГѓВіn. La mujer habГѓВa sido denunciada por un hechizo contra un tal Remo Brunacci, tambiГѓВ©n ГѓВ©l de la villa de Grottaferrata. HabГѓВa sido importante el testimonio de la parroquia, hasta el punto de que, aparte de la vГѓВctima, no habГѓВa sido necesario interrogar a otros lugareГѓВ±os: Brunacci habГѓВa perdido el miembro viril por la magia de la bruja y este se lo habГѓВa confiado al arcipreste. Este le habГѓВa pedido que se bajara los calzones y lo habГѓВa comprobado personalmente: efectivamente, como habГѓВa atestiguado despuГѓВ©s, no estaba el miembro. HabГѓВa invitado entonces al fiel a hacer penitencia: ayunar y beber agua bendita, pidiendo al cielo recuperar lo sustraГѓВdo. Para poder concentrarse mejor en la oraciГѓВіn, habГѓВa encerrado al penitente, dГѓВЎndole un cubo de dicha agua, en una pequeГѓВ±a habitaciГѓВіn vacГѓВa de su casa y le habГѓВa mantenido ahГѓВ un dГѓВa y una noche. Cuando habГѓВa vuelto a abrir por fin, el pГѓВЎrroco le habГѓВa realizado otro control y habГѓВa aparecido entre las piernas el miembro viril, con una gran alegrГѓВa y maravilla de Remo que, una vez despedido, habГѓВa contado la historia a todo el pueblo. Posteriormente habГѓВa llegado una carta anГѓВіnima a la InquisiciГѓВіn, a la que le habГѓВa seguido la oficial del arcipreste.
En ese tiempo yo asumГѓВa tales denuncias participando de la indignaciГѓВіn. De hecho, tambiГѓВ©n mi familia habГѓВa tenido que sufrir terribles males de una bruja. Yo tenГѓВa nueva aГѓВ±os y, despuГѓВ©s de haber aprendido a leer, escribir y contar, estaba entonces en la tienda de mi padre, maestro espadero, cuando mi madre, durante toda su vida rebosante de salud, habГѓВa caГѓВdo repentinamente presa de una fiebre maligna y habГѓВa muerto. Yo era hijo ГѓВєnico, a pesar de que los mГѓВos habrГѓВan deseado una prole numerosa para tener una familia como Dios manda. Muchas veces mi madre, llorando, le habГѓВa repetido a mi padre que debГѓВa haber sido la comadrona que me habГѓВa traГѓВdo al mundo la que lo habГѓВa impedido: habГѓВa tenido un altercado con ella unos meses despuГѓВ©s de mi nacimiento, por culpa de la ropa tendida y esa mujer debГѓВa haberle pasado factura: es de dominio pГѓВєblico que curanderas y comadronas son sospechosas de brujerГѓВa por el solo hecho de su profesiГѓВіn; el mismo Martillo de las brujas indica a esas mujeres como seres potencialmente malignos. Temiendo su venganza tal vez sobre mГѓВ, mis padres habГѓВan hablado, aunque siempre solo entre ellos. A pesar de todo, una tarde, estando con nosotros en la mesa, como correspondГѓВa por ser parte de su salario, los dos empleados de la tienda, mi padre habГѓВa bebido demasiado y habГѓВa caГѓВdo presa de una profundГѓВsima tristeza. Se la habГѓВa desatado la lengua y habГѓВa revelado el secreto. Uno de ellos lo habГѓВa contado a su vez, si no los dos. AsГѓВ mi madre, dos dГѓВas despuГѓВ©s, se enfrentГѓВі con la comadrona a la entrada de la casa de esta, que, viperina, le habГѓВa espetado que alguien como ella, que andaba cotilleando, se merecГѓВa sus desgracias. Un mes despuГѓВ©s, atacada por el sortilegio de aquella mugrienta bruja, mamГѓВЎ estaba muerta. Mi padre, perdiendo la razГѓВіn debido al luto y con el remordimiento de haber provocado la represalia de la hechicera, habГѓВa empezado a golpear a los empleados, como si esto hubiera podido cambiar la suerte de su amadГѓВsima esposa y no hubiera sido su bebida la causa principal de lo que habГѓВa ocurrido. Lleno de odio, perdido cualquier temor, en el funeral habГѓВa denunciado a la comadrona; por otra parte, el mismo hecho de que ella no estuviera presente para rezar por la muerta era una acusaciГѓВіn. La parroquia habГѓВa avisado a la InquisiciГѓВіn; sin embargo la bruja, advertida por alguien, se supuso que el mismo diablo, habГѓВa desaparecido para siempre y no habГѓВa sido castigada. Hasta aquel momento, yo solo habГѓВa alternado llanto y silencio. Conocida la fuga de la asesina, explotГѓВ©:
—¡Yo la encontraré! —le grité a mi padre—: ¡Castigaré con la hoguera a todas las que son como ella!
No habГѓВa cedido y lo habГѓВa dicho tantas veces durante semanas que mi padre, tambiГѓВ©n ansioso de justicia, habГѓВa pedido consejo a la parroquia. AsГѓВ habГѓВa sido dirigido hacia los estudios de jurisprudencia. Sin embargo, trabajaba en la tienda Grillandi cada vez que me era posible. Por esto, a fuerza de forjar espadas, mi brazo derecho se habГѓВa musculado con el tiempo, hasta ser casi el doble del izquierdo. DespuГѓВ©s de un par de aГѓВ±os, mi padre se habГѓВa casado con una viuda sin hijos. DespuГѓВ©s de solo unos pocos meses, la consorte habГѓВa sufrido violentГѓВsimos dolores en el vientre y, en pocos dГѓВas, estaba muerta. Mi padre se habГѓВa casado una tercera vez, con una prima. Con ella habГѓВa concebido una niГѓВ±a, pero al dar a luz habГѓВa revelado el horror de dos cabezas y, durante el atroz parto, tanto la madre como la hija habГѓВan fallecido, la primera irremediablemente desgarrada por la doble cabeza de la naciente, la segunda por no haber podido respirar. La bruja continuaba lanzando desde lejos maleficios a todas las mujeres de la familia. Nuestro odio por ella habГѓВa aumentado, si es que eso era posible. Cuando conseguГѓВ el doctorado, como era habitual, mi padre habГѓВa comprado mi cargo de juez, con los buenos oficios del sacerdote y una gran suma a distribuir entre los poderosos. TambiГѓВ©n la parroquia habГѓВa recibido una donaciГѓВіn. A mi padre no le habГѓВan quedado ni dinero, ni plata, ni armas, asГѓВ que, para adquirir el material para fabricar nuevas espadas, habГѓВa tenido que pedir un prГѓВ©stamo al banco. Pero, con los aГѓВ±os, yo le habГѓВa compensado su sacrificio dГѓВЎndole un dГѓВ©cimo de mis estipendios.
La asesina de mi madre y mis madrastras nunca fue hallada, pero mi corazГѓВіn se aceleraba con cada arresto de brujas. Recuerdo que cuando trajeron a Elvira yo habГѓВa exclamado delante de Astolfo Rinaldi:
—¡Quitarle el pajarito a un caballero! ¡Ah! Pero se hará justicia.
Al principal se le habГѓВa escapado una sonrisa, que yo habГѓВa interpretado como «SГѓВ, nosotros pensamos lo mismo» y habГѓВa dicho:
—Boccaccio.
SabГѓВa que era un gran admirador del DecamerГѓВіn, texto que entonces, antes de que en 1559 Pablo IV creara el ГѓВЌndice de los Libros Prohibidos, era de libre lectura, pero no conocГѓВa entonces esa obra y no habГѓВa entendido lo que el juez habГѓВa sugerido, ni me habrГѓВa atrevido a pedir una explicaciГѓВіn para no parecer inculto. A mГѓВ me gustaban las obras serias y, sobre todo, el Infierno de Dante, que me parecГѓВa casi un sГѓВmbolo de mi obra heroica contra el maligno y quien se habГѓВa adentrado en su «selva oscura».
Elvira habГѓВa sido arrestada y encarcelada siguiendo la prГѓВЎctica habitual. El jefe de los gendarmes, con dos guardias armados y un inquisidor dominico, habГѓВa llamado a su puerta. En cuanto abriГѓВі la puerta, sin darle tiempo siquiera a hablar, le habГѓВan amordazado, atado, conducido a Roma y ahГѓВ habГѓВa sido encerrada a pan y agua en una celda de la InquisiciГѓВіn, a la espera del proceso. DespuГѓВ©s de la condena religiosa, seguГѓВa encerrada para el proceso secular, en el que habГѓВan estado presentes, aparte de Rinaldi y de mГѓВ, el inquisidor y dos testigos, Brunacci y el pГѓВЎrroco, ya interrogados por nosotros. Todos estГѓВЎbamos ocultos para la imputada, pero podГѓВamos verla y hablar con ella a travГѓВ©s de las aberturas apropiadas. La bruja solo tenГѓВa a los carceleros a la vista. De inmediato, por orden de Rinaldi, seГѓВ±alГѓВ© la prueba suprema, la confesiГѓВіn. La investigada estaba atada, semidesnuda, en una postura que permitГѓВa atormentar casi cualquier parte de su cuerpo. Una vez oГѓВda mi voz y antes de que la hubiera amenazado con la tortura, Elvira habГѓВa confesado todo. No me sorprendГѓВa: sabГѓВamos que despuГѓВ©s de haber sido apresada por la InquisiciГѓВіn se habГѓВa comportado asГѓВ. Me habГѓВa dicho que era bruja ya con catorce aГѓВ±os y respondiendo a mis preguntas concretas segГѓВєn la casuГѓВstica de Martillo de las brujas, habГѓВa admitido haber matado y daГѓВ±ado bestias y cultivos, ser asesina de hombres y niГѓВ±os varones, que se untaba las vergГѓВјenzas con una grasa mГѓВЎgica, para asГѓВ subirse al mango de una escoba y, gracias a esos artificios, volar al aquelarre de los diablos, en el que participaba en persona el prГѓВncipe negro y era adorado por ella y otras mujeres malvadas y que el maligno, despuГѓВ©s de que el asistente que tenia detrГѓВЎs le hubiera levantado la cola y todos los presentes le hubieran rendido homenaje besГѓВЎndole la asquerosa cloaca, copulaba con alguna de las brujas, segГѓВєn y tambiГѓВ©n contra natura mediante su bifurcado ГѓВіrgano masculino y que la hechicera tenГѓВa en una jaula, invisible para todos aparte del demonio y ella, los miembros viriles de todos los hombres que habГѓВa embrujado, mГѓВЎs de veinte, que se movГѓВan como pГѓВЎjaros vivos y comГѓВan avena y trigo y que el diablo venГѓВa cada cierto tiempo a mirarlos para divertirse. Le habГѓВa preguntado por fin si Lucifer se le habГѓВa manifestado en la famosa forma del «bello Ludovico», es decir como «hombre en todos sus miembros, salvo en los pies, que parecГѓВan siempre pies de ganso que miraban hacia atrГѓВЎs de tal manera que estaba atrГѓВЎs lo que suele estar adelante». HabГѓВa respondido que sГѓВ. La rea confesГѓВі sus pecados y, al mismo tiempo, delitos de todo tipo, sobre todo el homicidio y mutilaciГѓВіn de cristianos, ¿cГѓВіmo se podГѓВa no quemarla? Por otro lado, habiendo confesado de inmediato, se le habГѓВa concedido la gran misericordia de ser estrangulada antes de encender la hoguera. A pesar de eso, una vez en el patГѓВbulo, antes de ser estrangulada por el verdugo con la cuerda que le rodeaba el cuello, nos habГѓВa maldecido a todos. Entonces no me habГѓВa dado pena, ya que sabГѓВa que la confesiГѓВіn era prueba suprema y habГѓВa estado orgulloso, como siempre, del buen servicio prestado a Dios y, con ello, al recuerdo de mi madre.
Estaba tan seguro del gravГѓВsimo peligro de la brujerГѓВa que, tiempo despuГѓВ©s, en 1525, publiquГѓВ© un Tractatus de Sortilegis como documentaciГѓВіn y admoniciГѓВіn. Esta obra habГѓВa acrecentado, ¡pobre de mГѓВ!, mi buena fama en la InquisiciГѓВіn MonГѓВЎstica papal.
Debo aГѓВ±adir sin embargo una cosa, en nombre de la verdad: no he pretendido, al manifestar remordimiento, que los fenГѓВіmenos diabГѓВіlicos hayan sido y sean siempre mera apariencia. AsГѓВ, yo en persona asistГѓВ una vez atГѓВіnito a un caso indudable de posesiГѓВіn, que narrarГѓВ© mГѓВЎs adelante, y seguramente a un proceso, que tambiГѓВ©n contarГѓВ©, a verdaderos siervos de SatГѓВЎn. Sin embargo sigo estando seguro de que, en su mayor parte, brujas y hechiceros no fueron tales y, por tanto, de que me equivoquГѓВ© en casi todos los casos.
CapГѓВtulo II
Las dudas empezaron a aparecer cinco aГѓВ±os despuГѓВ©s de la publicaciГѓВіn de mi libro.
Era ya el final de la tarde de un dГѓВa templado de finales de invierno, casi al atardecer. Volviendo a casa, como de costumbre a pie, me habГѓВa parado en el gran mercado de alimentos y tejidos que ocupa toda la plaza del tribunal. Era esa hora en que se quitan los puestos y se puede conseguir comida a precios mГѓВЎs bajos. Tras comprar un buen pollo vivo, que tenГѓВa que matar, lo llevaba a casa sosteniГѓВ©ndola delante de mГѓВ agarrado con la mano derecha mientras que con la izquierda aferraba, como siempre cuando caminaba, la empuГѓВ±adura de mi espada. Como era habitual, pretendГѓВa parecer fiero y fuerte a pesar de la molestia de esa ave y asГѓВ todos me habГѓВan dejado pasar y me habГѓВan saludado, tanto en la plaza como en el resto del camino; salvoГўВЂВ¦ ¡Bueno, un chico desconocido cuando ya estaba casi a la puerta de mi hogar, no se habГѓВa apartado! MГѓВЎs bien habГѓВa chocado conmigo y se habГѓВa ido sin pedir perdГѓВіn a pesar de la ofensa:
—¡Pues vaya!
AdemГѓВЎs, cuando estaba a varios brazos lejos confundido con la muchedumbre, tuve que sufrir la vil deshonra de una clarГѓВsima pedorreta. Solo despuГѓВ©s me di cuenta de que habГѓВa sido una seГѓВ±al del Cielo contra mi soberbia y tal vez tambiГѓВ©n de la visita que iba a recibir enseguida, pero en ese momento me puse lГѓВvido.
Una vez en casa, un piso cerca del tribunal en el que vivГѓВa solo con un sirviente, tras apagar la ira mojГѓВЎndome la cabeza con agua frГѓВa, ordenГѓВ© al sirviente que cocinara con cuidado el pollo. No era la estaciГѓВіn, porque si no le habrГѓВa ordenado freГѓВrlo en el zumo de ese novГѓВsimo fruto al que algunos llaman manzana de oro, pero en realidad, cuando estГѓВЎ correctamente madurado, tiene el color rojo del infierno, hasta el punto de que, como me habГѓВa dicho hacГѓВa meses una espГѓВa, el populacho, por supuesto cuando sabe que lo le pueden oГѓВr, suele llamar a ese esplГѓВ©ndido plato «el pollo al demonio».
Pero los demonГѓВіlogos, a los que interpelГѓВ© rГѓВЎpidamente, una vez probada esa comida con absoluto escrГѓВєpulo y repetidamente, habГѓВan concluido que el diablo no se encontraba en esa magnГѓВfica pitanza y que cualquier cristiano podГѓВa comerla sin pecar, siempre que no fuera con gula.
Acababa de ponerme cГѓВіmodo con las ropas de casa y de sentarme en la silla de mi estudio y esperando a la comida me disponГѓВa a reanudar una lectura que habГѓВa dejado a medias del Orlando furioso, cuando llamaron a la puerta.
El sirviente me anunciГѓВі la visita del abogado Gianfrancesco Ponzinibio. Este era un hombre de mala fama, autor de un tratado contra la caza de brujas, publicado una dГѓВ©cada antes, que yo no habГѓВa leГѓВdo, pero conocГѓВa por los vehementes ataques del teГѓВіlogo Bartolomeo Spina, dominico y gran cazador de malignas, incluidos en su Quaestio de Strigibus, publicada dos aГѓВ±os despuГѓВ©s de ese libro impГѓВo. Las crГѓВticas del monje habГѓВan puesto en peligro al descarado abogado, tambiГѓВ©n porque Spina era un funcionario importante y escuchado por el MГѓВ©dicis de MilГѓВЎn que, en ese mismo aГѓВ±o 1523, habГѓВa sido elegido papa con el nombre de Clemente VII y que le habГѓВa ascendido rГѓВЎpidamente a cardenal y, no mucho despuГѓВ©s, a Gran Inquisidor.
No hace falta decir que yo ya no era un magistrado inexperto, sino todo lo contrario: estaba colocado como Juez General en el Tribunal de Roma y ademГѓВЎs tambiГѓВ©n habГѓВa aumentado la estimaciГѓВіn de Clemente por mГѓВ, desde hacГѓВa tres aГѓВ±os. De hecho, durante el gran saqueo de la ciudad realizado por las tropas imperiales en 1527, me habГѓВa utilizado, arriesgando mi vida, para poner a salvo los documentos de los procesos en vigor y de todos los posibles del pasado. EntendГѓВa que tal vez Ponzinibio habГѓВa acudido a mГѓВ por este poder en el tribunal. Este se habГѓВa atrevido porque, ademГѓВЎs, tenГѓВa la fuerte protecciГѓВіn de otro dominico, el austero monseГѓВ±or Gabriele Micheli, entonces de veintisГѓВ©is aГѓВ±os, pero muy docto, fuerte y estimado en la ciudad.
Por respeto al obispo, que por otro lado ya gozaba de fama de santo, recibГѓВ a Ponzinibio.
En su tratado, el abogado habГѓВa negado la realidad de los aquelarres y las cabalgadas volantes y condenado la utilizaciГѓВіn de la tortura para las confesiones. Pues bien, parece increГѓВble pero, inmediatamente despuГѓВ©s de los saludos, nada mГѓВЎs que formales, empezГѓВі:
—¡Incluso usted, SeГѓВ±orГѓВa, confesarГѓВa ser un hechicero si le martirizaran los testГѓВculos con tenazas candentes!
Me indignГѓВ© enormemente: ¿cГѓВіmo osaba hablarme asГѓВ, sin corteses preГѓВЎmbulos, sin el debido respeto, sin perГѓВfrasis? ¡¿Tenazas candentes a mГѓВ?!
ГўВЂВ”Sepa con seguridad, mi docto seГѓВ±or ГўВЂВ”le respondГѓВ con rostro sombrГѓВo, pero no sin cortesГѓВa en la voz y sin descomponerme en absolutoГўВЂВ”, que muchas brujas confiesan no solo sin haber sufrido tortura, sino incluso sin haber recibido siquiera la amenaza. HabГѓВa exagerado, porque solo Elvira se habГѓВa comportado asГѓВ, pero recordaba la confirmaciГѓВіn absoluta que habГѓВa sabido dar a mi conciencia, por otro lado ya convencida.
ГўВЂВ”Si me lo permite, doctГѓВsimo juez ГўВЂВ”continuГѓВі el infatuado como si tampoco hubiera escuchadoГўВЂВ”, me remontarГѓВ© varios siglos, para que lo pueda entender mejor.
¡Una nueva impertinencia! Tuve el impulso de que mi sirviente lo echara de casa, pero me contuve pensando en la noble figura de su protector.
—Vayamos al inicio del siglo X —prosiguió—, a un manuscrito del monje Regino de Prüm, hoy en manos del sabio padre monseñor Micheli, es decir, a la transcripción del Canon episcopi, a su vez anterior en muchos siglos.
—¿El Canon episcopi ГўВЂВ”repetГѓВ, comenzando a estar interesadoГўВЂВ”, de los primeros siglos de la Iglesia?
ГўВЂВ”SГѓВ, puede leerlo en casa del actual poseedor, del cual soy mensajero; pero entretanto, si me lo permite, le harГѓВ© un resumen.
Hasta entonces le habГѓВa mantenido en pie, junto a la puerta de mi estudio. SabiГѓВ©ndole embajador de un protector tan importante y habiГѓВ©ndome picado la curiosidad, le hice sentarse y tambiГѓВ©n yo me sentГѓВ©.
ГўВЂВ”Magia y brujerГѓВa ГўВЂВ”continuГѓВі en cuanto se sentГѓВіГўВЂВ”, siguen a la historia del hombre, desde mucho antes del cristianismo. Se describen rituales de brujerГѓВa en la literatura antigua, por ejemplo en Apuleyo, ahora de nuevo objeto de lectura y estudio por parte de distintos eruditos; y tambiГѓВ©n el descubrimiento y la investigaciГѓВіn de textos antiquГѓВsimo como la hermГѓВ©tica y la cГѓВЎbala, por parte de Ficino, de Pico della Mirandola...
Le interrumpГѓВ, de nuevo con fastidio:
ГўВЂВ”Mi sabio seГѓВ±or, ¡por supuesto que esas cosas son verdad! y bien conocidas por pobres ignorantes como este Juez General que le estГѓВЎ escuchando pacientemente. ¡Verdaderamente el demonio ha estado activo durante toda la historia! ¿Piensa decirme algo nuevo? ¿Cree que no sГѓВ©, por ejemplo, de la viejГѓВsima bruja de Endor que predijo la desventura al rey SaГѓВєl? ГўВЂВ”aГѓВ±adГѓВ como muestra de mi saber, citando el primer ejemplo que me vino a la mente y, torciendo el gesto, le mirГѓВ© fijamente a los ojos para hacerle bajar la vista, pero no lo hizo del todo y me sonriГѓВі; luego inclinГѓВі la cabeza asintiendo como para excusarse y, tras levantarla, contestГѓВі:
ГўВЂВ”PerdГѓВіneme, seГѓВ±or juez, pero solo pretendГѓВa ser una inocente introducciГѓВіn. No he dudado en absoluto de su sapiencia.
MostrГѓВ© mi aceptaciГѓВіn de las excusas bajando la cabeza por un momento, aunque mГѓВЎs breve que el suyo:
—Vamos con el Canon episcopi —le ordené—, o no hablaremos más —Y comencé a tamborilear con los dedos de la mano derecha sobre el brazo de mi sillón.
ApresurГѓВЎndose casi hasta el punto de atropellarse con las palabras, Ponzinibio continuГѓВі:
ГўВЂВ”El canon, con la venia, seГѓВ±orГѓВa, afirma que existen mujeres malignas que creen cabalgar animales de noche con la diosa Diana y cubrir grandes distancias en breve tiempo y desarrollar ceremonias blasfemas en lugares secretos con espГѓВritus encarnados, pero subraya que se trata solo de alucinaciones o de sueГѓВ±os, provocados por el diablo para apoderarse de la mente de las personas y ¿sabe cuГѓВЎles son los remedios propuestos? ГўВЂВ”No me dio tiempo a hablar y prosiguiГѓВіГўВЂВ”: Penitencia y oraciГѓВіn. Eso dice el canon y asГѓВ actГѓВєa la Iglesia hasta el aГѓВ±o 1000; luego bastan unos pocos aГѓВ±os: un siglo despuГѓВ©s, como se deduce de otros documentos en poder de monseГѓВ±or Micheli, gran parte del clero acepta entonces, por el contrario, la realidad externa de esos hechos, mientras que el pueblo tiene una certeza absoluta; y la magia del diablo, su apariciГѓВіn en persona, visible, en reuniones de brujas y hechiceros se convierte en esos siglos en algo indiscutible.
—En efecto, es indudable y puede costar muy caro pensar otra cosa —repliqué con gran severidad. Estaba a punto de añadir una amenaza mayor a Ponzinibio cuando me acordé de su poderoso protector y, habiendo entendido que también él pensaba asàde mal, me callé.
Al callar, el abogado replicГѓВі:
ГўВЂВ”Y sin embargo, mi justo seГѓВ±or, ¿la actitud moderada del Canon episcopi tal vez indicarГѓВa que nuestros antiguos padres estaban mal preparados? ¿Es posible que hasta el siglo XI, sin que la tortura fuera legal y se garantizara a los investigados un proceso justo ГўВЂВ”Ponzinibio, mirГѓВЎndome directamente a los ojos, recalcГѓВі la palabra justoГўВЂВ”, brujas y hechiceros fueran un fenГѓВіmeno de importancia absolutamente secundaria y, por el contrario, con el paso del tiempo hayan aumentado en nГѓВєmero hasta ser considerados como uno de los peligros mГѓВЎs grandes? ¿Es posible que lo que parece el remedio sea por el contrario la causa? Como dije, ¿quiГѓВ©n podrГѓВa resistirse al dolor o aunque solo sea a su amenaza sin declararse culpable? ¿Es posible que en los ГѓВєltimos siglos que tanto muestran glorificar la sabidurГѓВa y en esto en concreto se haya perdido la razГѓВіn, gloria del cristianismo en el primer milenio? ГўВЂВ”finalmente concluyГѓВіГўВЂВ”: MonseГѓВ±or Micheli reza por usted y desea ardientemente verle, seГѓВ±or Juez General. Le espera el jueves en su casa, dos horas despuГѓВ©s de salir el sol. ¿QuГѓВ© debo decirle?
ГўВЂВ”Mi obediencia hacia monseГѓВ±or es absoluta. ComunГѓВquesela y dГѓВgale que irГѓВ©.
CapГѓВtulo III
Era la maГѓВ±ana siguiente, martes. Quedaban dos dГѓВas para mi cita con monseГѓВ±or Micheli.
Estaba realizando una tarea importante, por supuesto por orden del Papa, asignada por el prГѓВncipe de Biancacroce en persona, su portavoz secular.
Esperaba cumplir con el encargo al principio de la tarde, para poder luego ir, como le habГѓВa prometido, a casa de Mora, hija del vulgo bastante mГѓВЎs joven que yo, veintitrГѓВ©s aГѓВ±os reciГѓВ©n cumplidos, cabellos negros y tupidos, rostro y cuerpo de ninfa, a la que mantenГѓВa en secreto y con la que fornicaba sin confesarme nunca por temor a tener gravГѓВsimas penitencias. De hecho no sabГѓВa de quiГѓВ©n fiarme y en esos tiempos no se habГѓВa instituido el confesionario, mueble que, despuГѓВ©s del Concilio de Trento, habГѓВa garantizado algo de anonimato al penitente.
Sin embargo dudaba bastante de poder acabar mi tarea a tiempo para ir a casa de mi Mora, aunque fuera con retraso.
SentГѓВa una inquietud imprecisa.
Estaban conmigo, todos en pie dentro de un alto, oscuro e intrincado bosque, unos de mis jueces adlГѓВЎteres, Veniero Salati, seis gendarmes de escolta y delante, para abrir camino con su espada entre ramas y troncos, el teniente comandante de la guardia del tribunal, Angelo Rissoni.
Todos sabГѓВamos que los problemas de la Iglesia habrГѓВan tenido finalmente soluciГѓВіn si tenГѓВamos ГѓВ©xito en la empresa: la herejГѓВa protestante se habrГѓВa extinguido y se habrГѓВa reabierto el esplГѓВ©ndido camino evangГѓВ©lico para la poblaciГѓВіn cristiana, por fin reunificada.
Por tanto sentГѓВa una gran alegrГѓВa en mi ГѓВЎnimo y seguramente en los de los demГѓВЎs, como habГѓВa entendido de las palabras pronunciadas por los guardias y mi ayudante. Ese contento sabГѓВa contener nuestra ansiedad: ninguno de nosotros sabГѓВamos el camino a seguir y se avanzaba a tientas. Rissoni abrГѓВa el camino cortando la maleza, concentrado completamente en su tarea de vanguardia: los pantanos estaban cerca y hacГѓВa falta evitarlos antes de llegar finalmente a la meta.
Recuerdo el sudor sobre mi frente, gotas que debГѓВa quitarme continuamente con la mano izquierda mientras agarraba como los demГѓВЎs con el puГѓВ±o derecho la espada desenvainada: sabГѓВamos que habГѓВa lobos y onzas al acecho.
Nos aguardaba junto al camino mi antiguo superior, el caballero Rinaldi, ahora noble mayordomo de Su Santidad, que nos habГѓВa dado las ГѓВєltimas instrucciones, pero ninguno de nosotros sabГѓВa dГѓВіnde tenГѓВamos que encontrarle: nos habГѓВan dicho que ГѓВ©l mismo nos encontrarГѓВa en el momento oportuno. La operaciГѓВіn era tan secreta que ni siquiera nosotros podГѓВamos conocer con precisiГѓВіn todas sus fases.
DespuГѓВ©s de un largo camino, habГѓВamos llegado a ese bosque inhГѓВіspito. El sol estaba casi en lo alto, como puede entrever levantando la vista hacia una rendija entre el espesor de las hojas. Era verdad, ese dГѓВa no iba a poder visitar a mi Mora.
Con este pensamiento, vi al teniente comandante hundirse y desaparecer en un amГѓВ©n dentro del terreno: ¡arenas movedizas! Dos gendarmes y yo tratamos en vano de alcanzarle, primero introduciendo los brazos en el cieno, tumbados al borde del terreno sГѓВіlido y luego removiendo el interior de la arenas con una larga rama que recogimos: el oficial habГѓВa acabado en lo mГѓВЎs profundo.
—¡La puerta del infierno! —gritó, sin poderse contener, el servil oficial vicecomandante del pelotón—. Está en manos del dia…
Le hice callar con una mirada glacial e inmediatamente le ordenГѓВ©:
—¡Asuma el mando de la escolta! Vaya rГѓВЎpido adelante y bГѓВєsquenos otra vГѓВa.
ObedeciГѓВі de bastante mala gana, como denunciaban la expresiГѓВіn del rostro y el paso indeciso.
AГѓВ±adГѓВ para todos.
—¡Fuerza y esperanza! —Y dirigàa cada uno de ellos mi mirada segura y altanera.
—¡Soberbia! ГўВЂВ”me resonГѓВі en la cabeza. MirГѓВ© a mi alrededor, para ver si tal vez los demГѓВЎs lo habГѓВan oГѓВdo, pero ninguno parecГѓВa haberlo oГѓВdo y experimentГѓВ© temor: ¿quiГѓВ©n habГѓВa hablado?
Siguiendo la nueva direcciГѓВіn, despuГѓВ©s de un buen rato, casi al atardecer, encontramos en un pequeГѓВ±o claro al caballero Rinaldi, completamente solo.
ГўВЂВ”Por ahГѓВ ГўВЂВ”dijo, haciendo seГѓВ±ales con el dedo de girar a nuestra izquierda hacia un sendero que se abrГѓВa, a pocas varas, entre unos prunos muy altos y densos. Luego, sin hablar mГѓВЎs, despuГѓВ©s de haberme lanzado una mirada de odio, se fue en la direcciГѓВіn opuesta como si me tuviera miedo.
Por ese camino, poco despuГѓВ©s, llegamos finalmente ante el mar, sobre una playa de arena clarГѓВsima, casi blanca.
Todos habГѓВamos sido escogidos entre los que sabГѓВamos nadar, ya que tenГѓВamos ГѓВіrdenes allГѓВ indicadas de sumergirnos en el piГѓВ©lago y dirigirnos mar adentro, donde nos esperaba la barca de San Pedro.
Dejamos por tanto las armas sobre la arena, no sumergimos y empezamos a nadar. El sol empezГѓВі a ponerse y pronto el agua tomГѓВі el color de la naranja y, con gran disgusto, vimos entonces culebras y otros reptiles asquerosos en torno a nosotros sobre el agua y sentimos que tocГѓВЎbamos otros con las piernas y la espalda. Estuvo a punto de entrarme en la boca una pequeГѓВ±ГѓВsima serpiente con rayas amarillas y verdes no mГѓВЎs grande que mi dedo medio. Por si fuera poco, llegaron sobre nosotros nubes de mosquitos, posГѓВЎndose muchos sobre nuestras frentes y sobre nuestras orejas para chuparnos la sangre. Continuamos, rezando y dГѓВЎndonos ГѓВЎnimos unos a otros, y de repente, en vez de la barca de San Pedro, divisamos otra orilla: no era por tanto el Mar de la Pureza que nos habГѓВa puesto como meta el Papa el que rodeaba nuestros cuerpos, sino que los envolvГѓВa una gran laguna de agua salada.
Nadamos hasta esa playa, ya casi agotados, mientras nos rozaba un nГѓВєmero aГѓВєn mayor de reptiles y llegamos finalmente a la orilla.
¿QuГѓВ© hacer ahora? CaГѓВmos sobre la arena, jadeantes, pero enseguida ordenГѓВ© imperioso:
—¡Sigamos! —Poniéndome en pie en un rápido acceso de orgullo. Ya estaba casi oscuro.
Eso hicimos; sin embargo, tras dar unos pocos pasos, un terremoto extraГѓВ±amente silencioso sacudiГѓВі por un momento la tierra a nuestros pies, abriendo un barranco que se tragГѓВі a Veniero Salati, que estaba junto a mГѓВ, y a todos los demГѓВЎs, aparte de mГѓВ: de hecho, en ese mismo momento, saliГѓВі un brazo de una niebla lechosa que se habГѓВa formado misteriosamente a mi lado y su mano, que llevaba en el dedo el anillo episcopal, me agarrГѓВі.
En ese momento me despertГѓВ© en mi dormitorio: todavГѓВa era la noche entre el lunes y el martes.
Solo mГѓВЎs adelante entenderГѓВa el sentido de esa pesadilla. Mostraba tanto los prГѓВіximos acontecimientos como mi futuro y el de mis colaboradores: un aГѓВ±o despuГѓВ©s, el papa Pablo IV, en competencia con iguales acciones de los protestantes, habrГѓВa reanudado con la mГѓВЎxima diligencia, mГѓВЎs horrenda que nunca, la caza de los errados. El futuro cardenal Micheli se sabe que trabajГѓВі en contra de la homicida voluntad papal, logrando al menos hacer condenar a una parte de los investigados a la prisiГѓВіn en lugar de la muerte: para acoger a todos los reclusos habГѓВa sido necesario ampliar la prisiГѓВіn de la InquisiciГѓВіn. La masacre habГѓВa sido espantosa de todos modos y tambiГѓВ©n fueron ejecutados el teniente comandante Angelo Rissoni y Veniero Salati, convertido hacГѓВa tiempo en Juez General en mi lugar. El cardenal Micheli, por orden directa de Su Santidad, habГѓВa sido encarcelado sin proceso hasta la muerte de aquel excelente Papa. Solo yo, que habГѓВa entrado en un convento de clausura un aГѓВ±o despuГѓВ©s de ese sueГѓВ±o dantesco, viviendo como un penitente sencillo e ignorado, habГѓВa superado indemne hasta hoy cualquier persecuciГѓВіn.
En ese momento no entendГѓВ de inmediato el sentido de la alegorГѓВa, pero advertГѓВ enseguida con seguridad que la exclamaciГѓВіn que habГѓВa oГѓВdo hacia la mitad del sueГѓВ±o, «Soberbia» era una advertencia y que provenГѓВa del Bien, no de SatanГѓВЎs.
CapГѓВtulo IV
Al dГѓВa siguiente, por la tarde, mientras estaba con el cuerpo de guardia atento a la conversaciГѓВіn con el teniente comandante, un policГѓВa funcionario del ayuntamiento de Grottaferrata acudiГѓВі a mГѓВ en el tribunal. Me comunicГѓВі delante de los hombres de armas que el pГѓВЎrroco de su pueblo sentГѓВa que su vida estaba acabГѓВЎndose y que querГѓВa hablarme de algo muy grave antes de expirar.
En realidad tenГѓВa previsto visitar a Mora ese dГѓВa. Por tanto, aunque de mala gana y despuГѓВ©s de no pocas vacilaciones, dije que sГѓВ al funcionario, aunque estando delante de tantos testigos no habrГѓВa podido hacer otra cosa: como Juez General debГѓВa dar ejemplo del sentido del deber moral y de la caridad. Le pedГѓВ sin embargo que me esperara, porque no pretendГѓВa cabalgar solo por un camino inseguro, ni tampoco apartar a los guardias del tribunal de su tarea por motivos no oficiales y obtuve tambiГѓВ©n la promesa de que me acompaГѓВ±arГѓВa de vuelta a Roma.
No pude advertir a mi amada, pero al no ser la primera vez que me entretenГѓВan mis obligaciones, estaba seguro de que no se preocuparГѓВa. Por otra parte, ella sabГѓВa bien que me lo debГѓВa toda a mГѓВ y nunca se habГѓВa quejado.
No tuvimos ningГѓВєn percance en el viaje y llegamos al pueblo hacia el anochecer.
El policГѓВa me condujo directamente a la casa del pГѓВЎrroco. AllГѓВ me abriГѓВі un sacerdote que sufriГѓВі un evidente sobresalto cuando me reconociГѓВі.
ГўВЂВ”El pГѓВЎrroco acaba de confesarse y todavГѓВa esta lГѓВєcido ГўВЂВ”me dijo en voz baja al conducirme por las escaleras en direcciГѓВіn a la habitaciГѓВіn de su superiorГўВЂВ”. Ya le he dado la eucaristГѓВa y la unciГѓВіn y parece que esta le ha fortificado, porque ha recuperado la palabra mГѓВЎs fuerte y clara.
La mejora que habitualmente precede a la muerte, pensГѓВ© espontГѓВЎneamente y me turbГѓВ© de inmediato: como buen cristiano, aceptaba con fe la capacidad taumatГѓВєrgica del santo ГѓВіleo; ¿por quГѓВ© entonces me habГѓВa venido a la mente ese pensamiento blasfemo? No cabГѓВa la menor duda, seguro que habГѓВa sido el diablo. ¿Tal vez no querГѓВa que hablara con el pГѓВЎrroco? Hice la seГѓВ±al de la cruz y empecГѓВ© a rezar mientras entraba donde estaba el moribundo, imitado por el sacerdote y el guardia, que subГѓВa detrГѓВЎs de mГѓВ. Seguro que pensaban que era una oraciГѓВіn para aquel moribundo, aunque por el contrario no habГѓВa tenido esa intenciГѓВіn.
La habitaciГѓВіn, muy pequeГѓВ±a, estaba miserablemente amueblada, con un banco monacal, unas estanterГѓВas de madera para libros y, como catre, tres tablas recubiertas de paja colocadas sobre caballetes. El local estaba apenas iluminado por dos cirios.
El pГѓВЎrroco parecГѓВa adormilado, pero con nuestros rezos abriГѓВі los ojos y se volviГѓВі hacia mГѓВ con expresiГѓВіn de alivio y emitiendo un lamento.
—Es el cilicio —susurró el cura joven en cuanto terminamos la oración—, lo lleva desde hace muchos años y no ha querido quitárselo ni siquiera ahora.
ГўВЂВ”DГѓВ©janos solos y vete ГўВЂВ”le ordené—. TambiГѓВ©n tГѓВє ГўВЂВ”me dirigГѓВ al policГѓВaГўВЂВ”. Por hoy, ni hablar de volver. DormirГѓВ© aquГѓВ. Venid a buscarme al alba y entretanto pedid la debida autorizaciГѓВіn al burgomaestre en mi nombre.
Una vez a solas, el pГѓВЎrroco me hizo seГѓВ±as para acercar el banco a su catre.
En cuanto estuve junto a ГѓВ©l, empezГѓВі a hablarme y a medida que me iba contando yo iba quedГѓВЎndome cada vez mГѓВЎs boquiabierto.
Me hablГѓВі de Elvira, la bruja contra la que habГѓВa prestado testimonio aГѓВ±os antes.
La mujer habГѓВa llegado siendo todavГѓВa joven de Benevento, lugar tristemente famoso de mujeres malignas en sus alrededores en donde, segГѓВєn habГѓВa contado el teГѓВіlogo Spina en su tratado, se reunГѓВan debajo un nogal a realizar cosas horribles y concertar otras nuevas. Su madre habГѓВa sido una de ellas. Ya conocГѓВa a esa bruja al haberlo leГѓВdo en el libro de aquel docto dominico. Apoyada un dГѓВa, como un buitre, encima de una rama del nogal, habГѓВa pasado cerca de ella, solo, un joven comerciante, jorobado pero de bellas facciones y noble parla, que, al ver a la bruja, mujer por otro lado bastante bella aunque no muy joven, se habГѓВa acercado a conversar con ella. Ella le habГѓВa deseado de inmediato de acuerdo con la voluntad mГѓВЎs bestial y le habГѓВa prometido quitarle la joroba para siempre si aceptaba satisfacerle. AsГѓВ habГѓВa sucedido. Al pasar por Benevento, en la posada, despuГѓВ©s de muchos brindis, el comerciante, entre risas, habГѓВa contado el hecho para luego alejarse hacia su destino sin poder ser interrogado antes por las autoridades. AsГѓВ que no se habГѓВan podido conocer las facciones de la bruja para arrestarla. Sin embargo habГѓВa sucedido que, habiГѓВ©ndose corrido rГѓВЎpidamente la voz, un vecino de los alrededores, tambiГѓВ©n jorobado, habГѓВa ido al nogal esperando encontrarse con la hechicera y conseguir tambiГѓВ©n ese acuerdo. Estaba allГѓВ, pero el hombre era tan feo y su aliento olГѓВa tanto vino que la bruja, molesta, en lugar de quitarle la joroba, le habГѓВa aГѓВ±adido otra sobre la que ya tenГѓВa. Al volver desesperado al pueblo, el campesino habГѓВa contado su desventura. SegГѓВєn algunos de aquellos que le habГѓВan visto y escuchado, su joroba se habГѓВa doblado con creces; segГѓВєn otros, habГѓВa aumentado, pero solo un poco; para otros mГѓВЎs, que segГѓВєn Spina trataban de consolar a la vГѓВctima, el bulto era casi casi casi el mismo. Dos guardias le habГѓВan escuchado y, de inmediato, para que no huyese como el otro, le habГѓВan tomado declaraciГѓВіn. Obtenida la descripciГѓВіn de la bruja, esta habГѓВa sido identificada y arrestada inmediatamente en su casa: habГѓВa explicado a Spina que, habiendo tenido como todas sus iguales la facultad de volar, la bruja habГѓВa llegado su morada antes incluso de que llegase de Benevento el pobre hechizado. TambiГѓВ©n resultaba del tratado que la hechicera, soltera, tenГѓВa una hija, fruto indubitable, segГѓВєn la intuiciГѓВіn inmediata de la gente, de la cГѓВіpula entre ella y el demonio, a la cual, sin embargo, no se habГѓВa podido capturar. Como supe por el pГѓВЎrroco, la niГѓВ±a, que estaba fuera de casa en el momento del arresto, al volver habГѓВa sido vista y arrastrada por la fuerza a la tienda del joven sastre del pueblo, un judГѓВo mal visto y a menudo insultado por todos, que la habГѓВa escondido por solidaridad hacia los perseguidos y tambiГѓВ©n por estar cautivado desde hacГѓВa tiempo por la belleza de la joven. AllГѓВ Elvira habГѓВa tenido que sufrir los gritos horribles de la madre torturada en el vecino tribunal, la cual, solo despuГѓВ©s de dos dГѓВas, habГѓВa sido condenada e inmediatamente quemada para calmar al agitado vulgo. Esa tarde, aprovechando la aglomeraciГѓВіn de los alterados campesinos en torno al fuego, la joven habГѓВa huido, acompaГѓВ±ada por el sastre, que, por prudencia y disgustado con aquel pueblo, habГѓВa preferido tambiГѓВ©n irse de Benevento. Desde lejos, la joven habГѓВa visto arder a su madre y habГѓВa oГѓВdo sus desgarradores gritos. HabГѓВan vivido como vagabundos, ГѓВ©l cosiendo ropas de un pueblo a otro, ella vendiendo un licor de color pajizo de gusto exquisito que el pГѓВЎrroco aseguraba haber probado muchas veces, cuya fabricaciГѓВіn habГѓВa aprendido de la madre, herborista y lavandera. Todo esto se lo habГѓВa contado ella misma al arcipreste tiempo despuГѓВ©s, al que habГѓВa llegado finalmente encinta despuГѓВ©s de muchas peripecias, pidiГѓВ©ndole que le acogiera por un tiempo. Acababa de huir de un grupo de bandoleros donde habГѓВa permanecido como esclava durante aГѓВ±os despuГѓВ©s de que, por el camino, la hubieran capturado despuГѓВ©s de haber matado a su compaГѓВ±ero. El pГѓВЎrroco, conmovido, le habГѓВa encontrado un trabajo como sirviente en la piadosa familia de un notario, donde habГѓВa podido dar a luz en paz una niГѓВ±a, consiguiendo permiso para quedarse con ella en el desvГѓВЎn y criarla. Desgraciadamente con ellos habitaba un hermano del jefe de familia, tambiГѓВ©n jurisperito pero de un carГѓВЎcter muy distinto: era un vago que, habiendo conseguido a duras penas el doctorado, no habГѓВa querido ejercerlo y se habГѓВa gastado todo el patrimonio del padre en vicios. AsГѓВ que era mantenido y vestido por su hermano por caridad, mientras se trataba de encontrarle una ocupaciГѓВіn decorosa y que no le cansara mucho. En cuanto Elvira recuperГѓВі sus formas naturales, ese depravado le habГѓВa atacado y habГѓВa tratado de poseerla brutalmente, pero la mujer, de complexiГѓВіn fuerte y aГѓВєn mГѓВЎs fortalecida por su vida vagabunda, le habГѓВa golpeado y aturdido con un candelabro. La patrona de la casa habГѓВa asistido a las ГѓВєltimas fases de la pelea, sorprendida por los gritos de su sirvienta. Las ropas de ellas estaban desgarradas, los moratones no dejaban dudas sobre la culpabilidad del hombre, pero era el hermano del notario. ¿QuГѓВ© hacer? Esos buenos cristianos no querГѓВan que la mujer sufriera ninguna maldad ajena, pero el otro siempre serГѓВa un pariente. Tras meditar y vacilar, vacilar y meditar, le habГѓВan entregado por fin una suma para que se fuera de la casa y, si era posible, del pueblo. Sin embargo, la desventurada, ya cansada de vagar y siendo su hija todavГѓВa demasiado pequeГѓВ±a, habГѓВa preferido quedarse en una casita cercana al bosque. AllГѓВ habГѓВa perfeccionado el arte aprendido de su madre, la preparaciГѓВіn y venta de su licor y de infusiones medicamentosas y la ayuda en el parto a las mujeres del pueblo. El trabajo elegido fue una de las causas de su mal. TambiГѓВ©n influyГѓВі el que se dedicara asimismo a la venta de pГѓВЎjaros migratorios que sabГѓВa capturar con redes y conservaba vivos, a la espera de compradores, en una gran jaula.
Durante catorce aГѓВ±os, Elvira habГѓВa vivido bastante tranquila. Es verdad que alguno le habГѓВa llamado alguna vez bruja bromeando, pero no habГѓВa sufrido persecuciones. Incluso habГѓВa tenido propuestas de matrimonio. Pero ella, harta de los hombres, habГѓВa rechazado todas.
En los primeros tiempos habГѓВa tenido que defenderse del hermano del notario, que, impenitente, habГѓВa ido a su hogar a abrazarla, sin conseguirlo, por la habitual defensa de la mujer. Por eso habГѓВa nacido en ГѓВ©l un rencor enorme, mientras que su deseo iba aumentando igualmente. Por suerte, los parientes le habГѓВan encontrado por fin un trabajo respetable en Roma y se habГѓВa ido, dejГѓВЎndola en paz.
Entre los cortejadores habГѓВa estado ese Remo Brunacci que le habГѓВa arruinado, el borracho del pueblo, al que siempre habГѓВa echado burlГѓВЎndose de ГѓВ©l. Cuando este acudiГѓВі al pГѓВЎrroco, presa del vino, diciendo haber perdido el miembro por la magia de Elvira, el sacerdote habГѓВa comprendido que se trataba solo de ebriedad y que el remedio era la abstinencia. HabГѓВa por tanto fingido ver entre las piernas del hombre la desapariciГѓВіn de los atributos viriles y luego habГѓВa encerrado a Brunacci para que se disipasen los humores, tambiГѓВ©n gracias al uso de agua: comГѓВєn, no bendita, al contrario de lo que le habГѓВa dicho para tranquilizarlo. No habГѓВa previsto las consecuencias. El pueblo habГѓВa empezado a murmurar contra Elvira, luego a reclamar a voces que fuera arrestada. Lo peor es que esos dГѓВas estaba en el pueblo el juez Astolfo Rinaldi, que visitaba al notario.
—¡Rinaldi! ГўВЂВ”repetГѓВ al oГѓВr el nombre del viejo superior, interrumpiendo la narraciГѓВіn del moribundo.
ГѓВ‰l era el hermano del notario. Gracias a los importantes parientes de su cuГѓВ±ada, se habГѓВa incorporado al Tribunal de Roma, donde habГѓВa hecho carrera rГѓВЎpidamente. ¿Tal vez ГѓВ©l mismo, me preguntГѓВ©, habГѓВa puesto la carta anГѓВіnima en el buzГѓВіn apropiado de la InquisiciГѓВіn en Roma? ¿Por venganza? Por otra parte, el pГѓВЎrroco, asustado por la nueva situaciГѓВіn y en particular por algunas miradas que el juez le habГѓВa lanzado poco antes de partir, habГѓВa presentado a su vez, en la gendarmerГѓВa del ayuntamiento, su propia denuncia oficial, transmitida de inmediato a Roma. El sacerdote habГѓВa temido vilmente perder su propia vida, es mГѓВЎs, lo habГѓВa considerado muy probable, ya que sin duda no habrГѓВa sido el primero en ser arrestado, torturado y condenado por complicidad con la brujerГѓВa. El resto ya lo sabГѓВa y yo mismo habГѓВa llevado las consecuencias a su extremo. Lleno de remordimientos por su falso testimonio, por otro lado jurado ante Dios, despuГѓВ©s del proceso el pГѓВЎrroco habГѓВa vivido pobremente en el habitГѓВЎculo donde habГѓВa estado recluido Brunacci, se habГѓВa puesto el cilicio, se habГѓВa sometido a humillaciones de todo tipo, habГѓВa renunciado a cualquier placer, incluso al mГѓВЎs inocente. A punto de morir, siendo inГѓВєtiles los temores que, aunque fuera en el remordimiento, habГѓВan seguido atormentГѓВЎndole, habГѓВa querido advertirme de lo que estaba sucediendo de nuevo, esta vez a Marietta y la rubia y bella hija de Elvira. Cuando llamГѓВі a su puerta el santo pelotГѓВіn, la madre, intuyendo algo malo, habГѓВa metido a Marietta debajo de la cama, despuГѓВ©s de haberle indicado en voz baja que se quedara quieta y en silencio, por si pasaba cualquier cosa. DespuГѓВ©s de que los inquisidores se fueran con Elvira, la niГѓВ±a saliГѓВі y, sin saber que habГѓВan apresado a su madre, habГѓВa acudido al pГѓВЎrroco denunciando que la habГѓВan raptado. El arcipreste, al corriente del arresto, no habГѓВa aclarado el equГѓВvoco; por el contrario, la habГѓВa dicho que, en ese momento, no se podГѓВa hacer nada por Elvira: ¡sabГѓВa bien que para estas cosas no habГѓВa suficientes gendarmes! y que se tranquilizara por tanto. Ese mismo dГѓВa la habГѓВa alojado como sirviente de unos campesinos. Sin embargo, despuГѓВ©s de la ejecuciГѓВіn de la madre, Rinaldi habГѓВa venido a Grottaferrata con tres guardias del tribunal de la ciudad, habГѓВa detenido a la jovencita con la excusa de investigaciones adicionales y se la habГѓВa llevado a Roma. ¿Tal vez querГѓВa vengarse de Elvira culpando tambiГѓВ©n a su hija? El pГѓВЎrroco me pedГѓВa que investigara esto, por justicia, y que, si ante la justicia habГѓВa un delito, castigara al culpable y sobre todo que averiguara, si era posible, la suerte de la joven y, si seguГѓВa con vida, la salvara de otros posibles males. Solo asГѓВ podrГѓВa morir en paz.
PrometГѓВ al agonizante que buscarГѓВa hacer justicia con todas mis fuerzas.
Durante el resto de la noche, alojado en el rico antiguo dormitorio del pГѓВЎrroco, entre colchas suavГѓВsimas y sobre un cГѓВіmodo colchГѓВіn, no peguГѓВ© ojo.
HacГѓВa la medianoche expirГѓВі el moribundo; oГѓВ de hecho las oraciones del joven sacerdote, pero no me levantГѓВ© para unirme a ГѓВ©l.
TenГѓВa en mi interior una gran sensaciГѓВіn de flaqueza. No deberГѓВa haber tenido remordimiento por la injusta condena de Elvira porque, como siempre, habГѓВa actuado de acuerdo con la ley y segГѓВєn mi conciencia, pero sentГѓВa una inquietud molesta y una ligera nГѓВЎusea que no me abandonarГѓВa hasta la maГѓВ±ana.
CapГѓВtulo V
Al salir el sol me volvГѓВ, despuГѓВ©s de haber rezado por el alma del sacerdote, y me volvГѓВ solo, sin esperar al guardia. ActuГѓВ© por impulso, pero, reflexionando, ahora pienso que, aunque estando absuelto racionalmente, mi instinto deseaba recibir castigo en el mayor peligro de ese retorno solitario. Por otro lado, yo tenГѓВa y siempre he mantenido en la vida un gran valor fГѓВsico y manejaba perfectamente la espada y el puГѓВ±al que, como magistrado, tenГѓВa derecho a portar. De hecho mi padre, en cuanto se hizo cargo de mГѓВ, me habГѓВa hecho recibir lecciones de un cliente suyo, el maestro de armas JosГѓВ© Fuentes Villata, un hombre delgado pero vigoroso y, cosa rara para un mediterrГѓВЎneo, altГѓВsimo, casi un brazo mГѓВЎs que yo: aceptado como guardia personal de Alejandro VI, se habГѓВa mantenido despuГѓВ©s de la muerte de Borgia con su escuela de esgrima. En ese tiempo, ya no joven pero todavГѓВa un hГѓВЎbil espadachГѓВn, se habГѓВa convertido en jefe de la escolta privada del exjuez Rinaldi.
AsГѓВ que no partГѓВ solo y con miedo.
Siempre habГѓВa tenido en cambio prudencia con los poderosos: ¿por quГѓВ© correr el riesgo, en efecto, de un ataque de un esbirro de la calle debido a la enemistad de solo uno de ellos que te tenga antipatГѓВa y te persiga? Astolfo Rinaldi se habГѓВa hecho muy poderoso. Este habrГѓВa sido el verdadero peligro si le hubiera atacado. Este, al haber entrado en el cГѓВrculo de Bartolomeo Spina y por tanto de su protector MГѓВ©dicis de MilГѓВЎn, ya antes de convertirse en el papa Clemente, habГѓВa alcanzado el grado de Juez General, luego, despuГѓВ©s del saqueo de Roma, mientras yo habГѓВa sido nombrado para su puesto, habГѓВa sido elevado a noble caballero y promovido a Mayordomo Honorario de las Estancias de Su Santidad. HabГѓВa tenido otros diversos encargos, diplomГѓВЎticos y privados y se comentaba que tambiГѓВ©n tareas secretas. Disfrutaba tambiГѓВ©n, desde los tiempos de servicio en la magistratura, de la gracia del gГѓВ©lido y poderosГѓВsimo prГѓВncipe de Biancacroce.
Ya sabГѓВa desde hacГѓВa tiempo que Rinaldi era un hombre ansioso de dinero. Cuando era todavГѓВa magistrado, habГѓВa logrado acumular riquezas ingentes. HabГѓВa hecho regalos suntuosos a Clemente, ese pontГѓВfice que, despuГѓВ©s de morir, serГѓВa llamado el Papa de los achaques, tambiГѓВ©n hambriento de dinero y sediento de alabanzas, que le habГѓВa prodigado el juez y sin duda de esto le habГѓВa venido al caballero Rinaldi la recompensa de su ГѓВ©xito.
En realidad, al inicio de mi carrera yo no habГѓВa entendido a ese hombre y siendo un joven ingenuo deseoso de justicia, la habГѓВa tenido por maestro, pero, despuГѓВ©s de un cierto tiempo, habiendo apreciado este mi devociГѓВіn y tomГѓВЎndola por tГѓВmido sometimiento, entendiendo que podГѓВa fiarse de mГѓВ se habГѓВa abierto un poco. Un dГѓВa en el que estaba particularmente contento y tal vez habГѓВa bebido mГѓВЎs de lo debido, me habГѓВa dicho sin contenerse:
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